A pesar de lo que podría suponer para la Reconquista, ningún rey se había atrevido con Valencia. Estaba lejos, y para llegar a ella había que atravesar las tierras de varios reyezuelos y gobernadores moros colocadas entre sierras y desfiladeros. El Cid aprovechó ciertos disturbios interiores que había en la misma Valencia y con una lúcida tropa de castellanos y moros de Zaragoza se dirigió contra ella, presentándose como mediador y yendo en realidad en plan de ensayo y tanteo. Por el camino fue haciendo la labor más difícil, que era la de asegurarse las espaldas venciendo a los reeyezuelos intemedios. Así consumó la empresa y llegó hasta Valencia y consiguió entrar en la ciudad, pero no se apoderó de su gobierno. Se limitó a apaciguar los bandos enfrentados y asegurar en el trono al rey moro, haciéndolo su amigo y exigiéndole el pago de un tributo.
Ya se había retirado el Cid de Valencia, caundo empezaron a llegar noticias que le llenaron de inquietud. Como respuesta a la toma de Toledo por Alfonso VI, los reyes moros decidieron llamar en su socorro a los almorávides del norte de Africa. Estaban ya en españa y avanzaban rápidamente de Norte a Sur. Su empuje era arrollador y amenazaban con corvertir otra vez la España árabe en un reino único y fuerte como enla época de Córdoba. Es en tonces cuando al Cid le viene la idea nacional de Reconquista de forma clara y urgente. Ya no basta el sistema de razzias que se han venido empleando durante siglos. Ni bastan tampoco las alianzas y componendas con los reyezuelos moros. Ante las favorables noticias del avance de los almoravides, los moros de Valencia se han sublevado y destronado al rey amigo.
Hay que pensar en las conquistas serias y defiitivas, conservando los pueblos conquistados y permaneciendo en ellos. A su rey Alfonso VI le corresponde resistir a los almoravides por Castilla y Portugal; a él le toca el sagrado deber de cortarles el paso por el Levante. El Cid reúne un ejército superiror al de antes y sale de nuevo sobre Valencia. Ahora va dejando guarniciones en los pueblos conquistados formando así una verdadera línea de combate. Rodea Valencia, le corta los caminos y el agua y la aprieta con verdadera impaciencia. A los pocos meses Valencia, enferma de hambre y de sed, tuvo que rendirse y sus puertas se abrieron para dar paso al Cid victorioso.
El Cid, leal vasallo siempre, toma posesión de Valencia en nombre de su rey Alfonso, y aún parece que le envión desde la cliudad ganada, regalos y presentes en señal de acatamiento. Este rasgo conmovió a los poetas del romancero que en repetidos versos cuentan la carta, a la par orgullosa y humilde, que desde Valencia enviaría el Cid a su Rey:
Poderoso rey Alfonso,
Reciba vuestra grandeza
de un hidalgo desterrado
la voluntad y la ofrenda:
que con su espada en dos años
te ha ganado el Cid más tierra
que te dejó el rey Fernando,
tu padre, que en gloria sea.
El Cid rápidamente atendió a todo. Convirtió en Catedral la Mezquita y estableció en el Alcázar su residencia. Hizo venir de Castilla a su mujer y sus hijas. Toda su sabiduría parda de aldeano de Burgos y todo su fino conocimiento de los moros, le fueron precisos para hacer su mando sabio, justo y prudente.
Los almorávides en su avance arrollador llegaron hasta las puertas de Valencia, pero allía habían sido detenidos por el Cid. Una y otra vez intentaron superar las murallas, pero se estrellaron siempre frente a las tropas del gran Campeador. Agotado de tan dura tarea y enfermo de fiebres muere en valencia. Tenía al morir cincuenta y siete años. Jimena Díaz conservó el gobierno de valencia algún tiempo, pero finalmente tuvo que pedir auxilio al rey Alfonso, pero este le contestó que no le era posible sostener una ciudad sitiada tan lejos de su reino. Entonces Jimena, con su gente, se decidió a abandonar Valencia y así acabó la magna empresa del Cid.
Por el camino que años antes recorriera victorioso, cruzando sierras y desfiladeros, va Jimena Díaz, con sus gentes, vestida de largas tocas de luto. Detrás de ella sobrre una mula, va un largo cofre, con argollas de hierro. Dentro va el cuerpo de Rodrigo Díaz, el Cid Campeador. Aquel muerto que cruzaba, de retorno de su amada Valencia, los campos de Aragón y Castilla, iba dejando tras desí u na lección viva. La lección de la idea total y nacional de la Reconquista. Cuando la lección fue aprendida y se siguió, vino la época de las grandes conquistas. Las victorias de San Fernando y de Jaime I el Conquistador: esas son las verdaderas batallas que el Cid ganó después de muerto.
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