El ciego sol se estrella
En las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga
Poco después de su boda el rey, tras otro conflicto con el Cid, ordena que este salga de su reino. El Cid respetuoso, besa la mano de su rey y se dispuso a salir ppor los caminos a buscar su pan y si gloria. Lleva consigo un ppelotón de buenos castellanos que voluntariamente se han prestado a seguirle y a ir con él a buscarse la vida y la fama. Son pocos, pero muy escogidos. Los mejores han querido venirse con él. La tropa del Cid es como un pedazo de Castilla en movimiento: hay en ella igualda y jerarquía, tanto el mando como la obediencia están hechos de dignidad y de amor. En una ocasión, al mandar levantar las tiendas de campaña para seguir caminando, vienen a decirle que la mujer del cocinero está enferma. El Cid pregunta cuánto tiempo creen que tardará en ponerse buena y poder caminar. Le dicen: “Diez días”. Y el Cid contesta: “Que vuelvan a colocar las tiendas. Dentro de diez días nos pondremos en camino”.
Adelante…¿Hacia dónde? El Cid, hombre prudente, deberá seguir, por lo pronto, el camino que solían emprender en su tiempo todos los desterrados que se veían obligados a buscarse la vida. Deberá ir a ofrecer sus servicios a algún señor poderoso en unión de cuyas tropas su esfuerzo podrá ser más eficaz. Piensa primero en ofrecerse al Conde de Barcelona pero este no acepta el ofrecimiento del castellano. Entonces el Cid decide ofrecerse al rey moro de Zaragoza, que era aliado y amigo de su rey, Alfonso VI. Esta amistad y alianza era importantísima para el reino de Castilla, que de este modo tenía guardado su flanco o frontera del Este. El Cid, como buen castellano y vasallo del rey Alfonso, se decidió a ir a Zaragoza.
Después de varios días de camino el Cid pudo descubrir a lo lejos La Ciudad Blanca, que era el nombre que entonces se le daba a Zaragoza. La llamaban así por tener las murallas de piedra caliza. La blancura de la ciudad se veía desde muchas leguas de distancia y aún en las noches de poca luna parece ser que relucía en la oscuridad. Esto hacía pensar a los buenos cristianos que era un resplandor milagroso de candor y blancura que envolcía a Zaragoza por guardar en su interior a la Virgen del Pilar.A los pocos días , el Cid estaba en Zaragoza. El rey le acogió con muy buena amistad, y al poco tiempo, el Cid con su agudeza y buen sentido, se había apoderaado por completo de su afecto y era su amigo íntimo y consejero inseparable. El Cid aprendió árabe y se ganó la confianza de todos.
No aprovechó esta situación para apoderarse del reino en el que entró como amigo. Le bastaba que el reino fuera aliado de su rey, al que siempre guardó lealtad en su destierro, para no hacerlo. El Cid pensaba en una gran política española de atracción de los moros amigos y , para con auxilio de ellos, y aprovechando la desunión de los reyes de taifas, vencer a los reinos más cercanos de Valencia, Sevilla o Granada. Era una grande y hábil política de Reconquista. Desde su estancia en Zaragoza, el Cid ya no dejó nunca de en sus tropas bastantes moros aliados y amigos. Con la ayuda de estos, el Cid escogió Valencia como mira y objeto de su esfuerzo millitar. La situación de Valencia para la reconquista contra los árabes, significaba el corte en dos frentes de la zona mora; significaba dejar aislado y ya sin más recurso que hacerse del todo español, el reino de Zaragoza.
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