EL CID I
(Integramente obtenido y resumido de “Historia de España contada con sencillez, de José María Pemán.)
LA ALDEA DE VIVAR
Había nacido en Vivar, una de esas aldeas de la parte más alta de Burgos, de casas bajas y de color pardo, que parece que se agachan y aprietan, como un bando de gorriones contra el suelo, pardo también para confundirse con él y que no se las vea. La tierra que rodea la aldeíta es también como ella, disimulada y humilde. Parece un desierto de color muerto y tostado. Sin embargo, es tierra rica, de pan llevar, que da buen trigo y buena cebada.
Aquel buen caballero fue como esa misma tierra: serio, callado, talentoso, sin grandes apariencias y ruidos. Su cosecha no fue vistosa cosecha de flores. Fues cosecha de trigo. Cosecha de grandes hechos y de sabias lecciones.
Por ser en todo pardo y sencillo, como su tierra, no era de la principal nobleza, aunque sí de familia honrada y de limpio linaje. Luego, por sus hechos, alcanzó gran renombre. Los moros le llamaron Cid, que quiere decir Señor, y los cristianos Campeador, o sea, hombre de batallas y combates.
EL CID ALFEREZ:
El Cid, era hombre de regular estatura, ancho de espaldas, de ojos vivos y una larga barba negra. No parece que fuera un niño precoz, si no más bien tardo y lento para aprender, pero seguro para retener y aprovechar lo sabido. No era como se creyó mucho tiempo, un simple soldado, rudo, ignorante y de poco saber. Sabía escribir, cosa que no era corriente en su época. Se han encontrado varios escritos de su puño y letra: y algunos de ellos escritos en latín, lo que demuestra que conocía tambien esa lengua. Su gloria no está únicamente en sus hechos de armas, sino sobre ls ideas claras que tuvo sobre las necesidades de España y el camino a seguir para su grandeza y aumento.
Siendo joven, aparece al servicio del rey don Sancho de Castilla, el hijo mayor de Fernando I. Tenía en su reino el cargo de alférez, o sea, jefe supremo de la tropa. En tiempos del Cid, como el ejército no era sino una masa de hombres unida, sin divisiones ni compañía, el alférez mandaba toda esa masa y unidad.
LA JURA DE SANTA GADEA
A las órdenes del rey Don Sancho, hizo el Cid sus primeras campañas en la guerra que este rey sostuvo con su hermano Alfonso VI. A sus órdenes seguía cuando el rey Don Sancho fue muerto a las puertas de Zamora. En seguida fue proclamado rey de Castilla y Leon con el nombre de Alfonso VI.
Una vieja leyenda supone que cuando el rey nuevo, Alfonso VI, fue a coronarse en la iglesia de Santa Gadea, el Cid se le presentó delante y en forma destemplada le esigió que antes de recibir la corona, jurase ante todos los que allí estaban que no había tenido parte alguna en la muerte de su hermano Don Sancho, en Zamora:
“Que te maten rey Alfonso,
manos torpes de villanos,
con cuchillos cachicuernos
no con lanza ni con dardo.
Por las aradas te maten
Que no en villa ni poblado,
Te saquen el corazón
por el izquierdo costado,
si no dijeses la verdad
cuando seas preguntado:
Si fuiste tú o consestiste
en la muerte de tu hermano."
Al poco tiempo, el Cid dejó su cargo de alférez y se retiró a vivir a su aldea de Vivar.
Tenía entonces treinta años: estaba en la flor de la edad y sin embargo le vemos encerrarse, durante diez, en su casa y llevar una vida patriarcal y tranquila que parece lo más opuesto a su futura gloria militar. El era el señor de la aldea. El “señor” en Castilla, quería decir un poco el padre y amigo de todos. Durante aquellos años es el hombre prudente y de buen consejo, que resuleve los pleitos y las disputas entre vecinos, aplicando severamente las leyes, de las que era y fue siempre muy menudo conocedor. Y si monta a caballo alguna vez, no es para guerrear, sino para hacer un favor al vecino alcanzándole la vaca o el carnero huido del ganado.
De este modo disimulado y pardo como aquella tierra, el Cid se preparaba para su futura cosecha de gloria: templaba su voluntad, aprendía a conocer a la gente y se llenaba de sereno sentido de justicia. El Cid era lento y prudente pero seguro. Representa esa parte que pone Castilla en el espíritu español: menos brillante quizás que la viveza de Levante o el ingenio del sur, pero que nos da unido a todo eso, unos granos de esa seriedad y buen sentido que tanto se suelen admirar en otros pueblos.
JIMENA
El rey Don Alfonso no dejaba de mirar con recelo al antiguo alférez de su hermano. Unas veces vigilándole como a un sospechoso. Otras, halagándole con favores y dávidas. Uno de esos halagos consistió en influir en el rey para que se casara con Jimena: matrimonio brillante, pues Jimena era de mucho más ilustre familia que él y tenía sangre de reyes.
Fue una boda de cabeza y de corazón, como toda la vida del Cid. Y por los datos que se tienen, parece que el matrimonio fue feliz, con una felicidad casera y cristiana. Según el poema del Cid, el más viejo libro de poesía española, cuando el Cid marchaba a la guerra, se separaba de Jimena con todo dolor, como la uña de la carne. Y delante de Valencia, el Cid procura pelear mejor que nunca contra los moros, porque sabe que Jimena le está mirando desde las murallas de la ciudad.
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