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domingo, 1 de julio de 2012

La Reconquista, Siglo XIV: PEDRO I EL CRUEL
Pedro I de Castilla (Burgos, Castilla, 30 de agosto de 1334Montiel, Castilla, 23 de marzo de 1369), llamado el Cruel por sus detractores y el Justiciero por sus partidarios, fue rey de Castilla[] desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte
Nacido en la torre defensiva del Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas en Burgos, Pedro era hijo y sucesor de Alfonso XI el Justiciero y de María de Portugal, hija del rey Alfonso IV el Bravo. Fue el último rey de Castilla de la Casa de Borgoña.
Su educación fue muy descuidada, pues Alfonso XI, llevado por su amor a Leonor de Guzmán, dejó la crianza de su heredero a María de Portugal, la reina consorte, que vivió con su hijo en el alcázar de Sevilla.

El comienzo de su reinado en marzo de 1350, cuando todavía no había cumplido los dieciséis años de edad, estuvo marcado por las luchas entre las distintas facciones que se disputaban el poder: los diversos hijos que había tenido su padre el rey Alfonso XI con Leonor de Guzmán, los infantes aragoneses, primos carnales del rey y la reina madre, María de Portugal.

Inicialmente, el poder fue controlado por la facción de la reina madre y del favorito portugués Juan Alfonso de Alburquerque, que le había servido de ayo. Éste, sospechando de las intenciones de la antigua amante de Alfonso, Leonor de Guzmán, aconsejó al rey que prendiera a sus hermanos, el conde Enrique de Trastámara y el maestre de la Orden de Santiago Fadrique, lo que motivó la primera rebelión de los mismos. Sin embargo, estos fueron pronto perdonados por el nuevo monarca que, al aproximarse a Sevilla los que conducían el cadáver de su padre, salió con su madre a recibirlos a mucha distancia de la ciudad.

A mediados de agosto de 1350, Pedro cayó gravemente enfermo. La posible sucesión apuntaba hacia su primo carnal, el infante Fernando de Aragón, marqués de Tortosa y sobrino de Alfonso XI. Otros preferían a Juan Núñez de Lara, descendiente de los infantes de La Cerda por línea masculina, aunque estos habían renunciado formalmente a la sucesión a cambio de sustanciosas propiedades en tiempos del abuelo de Pedro, Fernando IV de Castilla. El restablecimiento del joven rey condujo a levantar el sitio puesto a Gibraltar y que cesara toda guerra con los musulmanes. Convaleciente de su enfermedad, Pedro permaneció en Sevilla hasta los comienzos de 1351.

En 1361, los musulmanes granadinos invadieron el reino de Castilla y León con seiscientos caballeros y dos mil peones, e incendiaron el municipio jienense de Peal de Becerro. Cuando Enrique Enríquez "el Mozo", Diego García de Padilla, Maestre de la Orden de Calatrava, y Men Rodríguez de Biedma, Caudillo mayor del obispado de Jaén, que se encontraban en la ciudad de Úbeda, tuvieron conocimiento de ello, salieron de dicha ciudad junto con los caballeros de su concejo y los de otras localidades, y se dirigieron a ocupar los pasos del río Guadiana Menor. Posteriormente, en la batalla de Linuesa, librada el día 21 de diciembre de 1361, las tropas castellano-leonesas derrotaron a las granadinas. Los musulmanes fueron completamente derrotados, resultando muchos de ellos muertos o prisioneros, y perdieron el botín del que se habían apoderado durante su incursión. Posteriormente, el rey Pedro I se apoderó de los musulmanes que habían sido capturados y se comprometió a pagar por cada uno de ellos trescientos maravedíes a sus captores. No obstante, el monarca no pagó la cantidad estipulada por los cautivos, ocasionando con ello el enojo de los caballeros que habían tomado parte en la campaña, quienes comenzaron a recelar del soberano castellano-leonés.

El día 15 enero de 1362 las tropas musulmanas derrotaron a las tropas del reino de Castilla y León en la batalla de Guadix. Al mando de las tropas castellanas se encontraban los caballeros Diego García de Padilla, Maestre de la Orden de Calatrava, Enrique Enríquez "el Mozo", Adelantado mayor de la frontera de Andalucía, y Men Rodríguez de Biedma, Caudillo mayor del obispado de Jaén. En dicha batalla, que supuso un desastre para las tropas del reino de Castilla y León, el Maestre de la Orden de Calatrava, Diego García de Padilla, fue capturado por los musulmanes, aunque a los pocos días fue liberado por orden del rey Muhammed VI de Granada.

Pedro I de Castilla se apoderó en 1362 de las plazas de Iznájar, Sagra, Cesna y Benamejí y, poco después, Muhammed VI de Granada, acompañado por 300 jinetes y doscientos peones, se dirigió al municipio cordobés de Baena, y desde allí, acompañado por Gutier Gómez de Toledo, prior de la Orden de San Juan, fue a Sevilla para solicitar a Pedro I el cese de las hostilidades entre el reino de Granada y el reino de Castilla y León. No obstante, a los pocos días Pedro I dio muerte personalmente al monarca granadino en el barrio sevillano de Tablada.

Pedro I reunió Cortes generales en la ciudad de Sevilla en abril de 1362, en las que reconocieron como herederos de la corona a los hijos del rey y de María de Padilla. En junio celebró en Soria una entrevista con el rey Carlos II de Navarra, prometiéndose los dos mutua ayuda en cuantas guerras emprendiesen, y ajustó otra alianza con Eduardo III de Inglaterra y su hijo, el Príncipe Negro.

Preparado de esta manera, invadió el territorio aragonés sin previa declaración de guerra, cuando Pedro IV se hallaba en Perpiñán sin tropas, y en pocos días ganó los castillos de Ariza, Ateca, Terrer, Moros, Cetina y Alhama; pero no pudo tomar Calatayud, aunque la combatió con toda clase de máquinas. Sin llevar más adelante las conquistas, volvió a Sevilla. Al año siguiente (1363), prosiguiendo la guerra con Aragón, haciendo suyos los lugares de Fuentes, Arándiga y otros; ganó por sorpresa Tarazona y entró en Magallón y en Borja. También recibió refuerzos de Portugal y Navarra. A su vez Pedro IV celebró un tratado con Francia y otro secreto con Enrique de Trastámara estipulando que el aragonés lo ayudaría con todas sus fuerzas a conquistar el reino de Castilla, cediéndole Enrique en premio la sexta parte de lo que ganasen.

Mientras, Pedro I tomó las plazas de Cariñena, Teruel, Segorbe y Murviedro, más los castillos de Almenara, Chiva, Buñol y otros. En todas partes castigaba cruelmente a los vencidos y dejaba guarniciones, con lo que disminuyó sus fuerzas. Llegó hasta los muros de Valencia donde sostuvo muchos combates con sus moradores. El nuncio apostólico Juan de la Grange logró al cabo que se ajustase la paz entre los reyes cristianos el 2 de julio de 1363. Se dice que una de las condiciones secretas fue la de que Pedro IV daría muerte a Enrique y al infante don Fernando, que en efecto fue asesinado poco después. El convenio, sin embargo, no llegó a ratificarse y se renovaron las hostilidades en la frontera de Aragón.

Enrique, luego Enrique II, hermano bastardo de Pedro, contrató en Francia un ejército de mercenarios, las llamadas «Compañías blancas» por el color de sus banderas; contando además con el auxilio de Aragón, pasó con sus tropas desde este reino a Castilla en marzo de 1366. En Calahorra, que ni siquiera pensó en resistirse, fue proclamado por los suyos rey de Castilla y de León, ganando bien pronto las plazas de Navarrete y Briviesca. Pedro I recibió estas noticias en Burgos y apresuradamente marchó a Toledo y después a Sevilla. En aquel tiempo hizo dar muerte a Juan Fernández de Tobar hermano del gobernador que había entregado Calahorra. Al cabo de veinticinco días buena parte del reino se hallaba bajo la obediencia de Enrique, excepto Galicia, Asturias, León, Sevilla y algunas otras ciudades y villas. Pedro I huyó a Portugal, de allí a Galicia, donde recibió la ayuda de Fernando de Castro, y embarcándose en La Coruña se trasladó a la ciudad francesa de Bayona, no sin antes ordenar el 29 de junio la muerte de don Suero García, arzobispo de Santiago

En Bayona el rey Pedro obtuvo el auxilio del Príncipe Negro, comprometiéndose a pagar los gastos de la campaña. Por las cláusulas secretas del Pacto de Libourne, Guipúzcoa, Álava y parte de La Rioja serían para Navarra y el Señorío de Vizcaya y la villa de Castro Urdiales para Inglaterra.

Sin que el navarro pusiera obstáculo, Pedro y su aliado con un ejército pasaron por Roncesvalles y entraron en Castilla en 1367. El 3 de abril ganaron la batalla de Nájera, en la que cayó prisionero Beltrán Duguesclín, caballero francés que acompañaba a Enrique; y éste huyó al ver perdida la batalla y hubo de refugiarse en Aragón. En el mismo campo de batalla mató Pedro al desarmado caballero Íñigo López de Orozco, y en Toledo, Córdoba y Sevilla, creyéndose seguro en el trono que había recobrado, quitó la vida a los que juzgaba enemigos. El Príncipe Negro, viendo que el rey no cumplía sus promesas de pagos, salió de la Península Ibérica en agosto. Al saberlo Enrique, que se hallaba en Francia, pasó con un ejército por Aragón; entró en Castilla; llegó a Calahorra; fue bien recibido en Burgos; ganó para su partido Córdoba, Castilla la Vieja y la comarca de Toledo, y vio transcurrir el resto del año y el siguiente de 1368 dueño de la mitad del reino, pero sin decidir la contienda. Pedro, a quien el rey de Granada envió 7.000 jinetes y mucha infantería, se defendió en Andalucía; pero a principios de 1369 resolvió ir en auxilio de la ciudad de Toledo. Hizo encarcelar en Medina Sidonia a Diego García de Padilla y emprendió la marcha
En el camino halló a su hermano Enrique, a quien acompañaban Duguesclín y sus Compañías Blancas, y trabaron combate cerca del castillo de Montiel, llamado de la estrella. Sus tropas fueron derrotadas.

Tras la batalla, el 14 de marzo, se encerró en dicha fortaleza y sitiado en ella por su hermano, entró en tratos, a través de su fiel caballero Men Rodríguez de Sanabria con Duguesclín para lograr la fuga. El francés lo condujo con engaños a una tienda en la que se hallaron frente a frente Pedro y Enrique. Corrió el uno contra el otro y abrazados cayeron al suelo, quedando encima Pedro; pero Duguesclín, pronunciando, según la leyenda, las célebres palabras "ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor", cogió del pie a Pedro I y lo puso debajo, circunstancia que aprovechó su hermanastro Enrique para apuñalarlo.

El reinado de Pedro fue fructífero para las artes y las letras. Por orden suya se erigió el palacio mudéjar que lleva su nombre sobre los restos del alcázar de Sevilla, palacio de los antiguos reyes musulmanes. Existe la leyenda de que en el pavimento del alcázar quedó indeleble sobre un mármol de rojizas vetas la sangre de Fadrique.

En Toledo y en otras muchas partes defendieron los judíos decididamente la causa de Pedro. Éste los protegió sin vacilaciones y trabó amistad con varios de ellos. Tal fue el caso del rabino Sem Tob, también llamado don Santos, natural de Carrión, quien escribió un poema titulado Consejos et documentos al rey don Pedro. Los cronistas contemporáneos de Pedro lo calificaron de el Cruel; pero en los siglos XVII y XVIII aparecieron defensores, e incluso apologistas, que lo apellidaron el Justiciero. Así lo hicieron, en el siglo XVII, el conde de la Roca, en su obra titulada El rey don Pedro defendido; y en el XVIII José Ledo del Pozo, catedrático de Valladolid.

La tradición popular ha visto en este monarca un rey justiciero, enemigo de los grandes y defensor de los pequeños. El pueblo recelaba de la nobleza, por lo que las venganzas del monarca, que recaían por lo general en aquella clase, a menudo fueron percibidas como legítimos actos de justicia. La poesía, alimentada de las tradiciones populares, representó mayoritariamente al monarca con el carácter de justiciero.

Es importante recordar que su fama de cruel es consecuencia de cuanto expresa Pedro López de Ayala en su Crónica de los reyes de Castilla, escrita durante el reinado de su enemigo y sucesor, Enrique II, a cuyo servicio trabajaba este canciller. La opinión actual, generalizada entre los historiadores, es que Pedro I de Castilla no fue más ni menos cruel que sus coetáneos.

viernes, 29 de junio de 2012

ALFONSO XI

Hijo de Fernando IV el Emplazado y de Constanza de Portugal y nieto de María de Molina, que ejerció la regencia durante su minoría de edad. Subió Alfonso al trono de Castilla y de León cuando tenía un año de edad. La mayoría de edad la alcanzó con 15 años, en 1325.
Nada más asumir el poder regio comenzó un trabajo laborioso en pro del fortalecimiento del poder real dividiendo a sus enemigos. Mostró así, desde la tierna infancia sus magníficas dotes de gobernante, no dudando en ejecutar a posibles opositores (Juan de Haro «el Tuerto» (1326), etc).

Durante su reinado consiguió llevar los límites cristianos hasta el Estrecho de Gibraltar tras la importante victoria en la batalla del Salado contra los Benimerines, en 1340 y la conquista del Reino de Algeciras en 1344. Una vez resuelto dicho conflicto puso todos sus esfuerzos de Reconquista luchando contra el rey moro de Granada.
Alfonso de la Cerda, en 1331, rindió un homenaje a Alfonso para dejar zanjadas sus pretensiones al trono castellano y leonés. En 1332 supo apagar, con la ayuda de sus súbditos, la revuelta que contra él hicieron Juan Manuel y Alfonso IV de Portugal. Dichos acontecimientos le hicieron descuidar la Reconquista, perdiendo Gibraltar.

Tanto Alfonso, como Abul-Hasán mandaron un importante contingente naval al estrecho, ya que sabían perfectamente la importancia de dicho punto geográfico en sus pretensiones de conquista. Alfonso obtuvo la ayuda de aragoneses y, el musulmán, de los genoveses. Tras la derrota de la escuadra castellana, al mando de Alonso Jofre Tenorio en 1340 obtuvieron una serie de victorias: primero en la Batalla del Salado el mismo año. A finales de ese año cercó Alcalá la Real, que consiguió tomar el 15 de agosto de 1341, sin que Yusuf I, ni su yahid Ridwan consiguieran aprovisionarla ni romper el cerco. El general de los «defensores de la fe» africanos, Ozmín, intentó llevar a las tropas cristianas a una trampa, pero el maestre de Santiago no cayó en ella y el 15 de agosto de 1341 Alcalá tuvo que rendirse. Días después lo harían Priego, Carcabuey, Rute y la torre Matrera. Los expulsados de Alcalá fueron asentados en Moclín para que mantuviesen su deseo de revancha.[2] Luego vino la batalla del río Palmones y finalmente la toma de Algeciras en 1344 tras un largo sitio.

Al comienzo de la Guerra de los Cien años, Alfonso se alió con Francia y consiguió firmar una tregua con los musulmanes de Granada. Una vez terminada dicha tregua, puso sitio a Gibraltar.

Se le apodó el Justiciero por la energía que tuvo que ejercer para mantener controlada a la nobleza ya desde que se hizo cargo del poder, no importándole en muchos casos para conseguir ese sometimiento recurrir al ajusticiamiento de los nobles o incluso a los asesinatos y emboscadas, como ocurrió con don Juan el Tuerto, en la Ciudad de Toro.

Falleció en el sitio de Gibraltar víctima de la peste negra, siendo así el único monarca de toda la Europa afectada en morir víctima de la enfermedad. Su cadáver fue llevado a Jerez de la Frontera donde se embalsamó y enterraron sus intestinos en la real capilla del alcázar. Su cuerpo fue posteriormente llevado a Sevilla y en 1371 trasladado a la Capilla Real de la Catedral de Córdoba, donde permaneció durante más de trescientos años, en compañía de su padre Fernando IV el Emplazado, también sepultado allí.
En 1736 fueron trasladados los restos de Fernando IV y Alfonso XI a la Real Colegiata de San Hipólito de dicha ciudad, fundada por Alfonso XI en 1343 en conmemoración de la Batalla del Salado. Los restos mortales de ambos monarcas reposan en sarcófagos de mármol rojo, construidos en 1846.

domingo, 24 de junio de 2012

                                         LA VICTORIA DEL SALADO

La batalla del Salado (librada el lunes 30 de octubre de 1340, en la actual provincia de Cádiz) fue una de las batallas más importantes del último periodo de la Reconquista. En ella, las fuerzas combinadas de Castilla y Portugal derrotaron decisivamente a los benimerines, última nación norteafricana que trataría de invadir la península Ibérica.
En 1329 los benimerines y sus aliados granadinos atacaron de nuevo a los castellanos, a quienes derrotaron y tomaron Algeciras.
En agosto de 1330 Castilla se impondría a Granada en la Batalla de Teba, conocida en otros países por haber fallecido en ella el noble escocés Sir James Douglas. Como consecuencia de la derrota granadina, el 19 de febrero de 1331, se firmó la Paz de Teba por la que los monarcas castellano, aragonés y nazarí se comprometían a una tregua de cuatro años y a la entrega de parias al rey castellano por parte del emir granadino.
A pesar de ello, desde su base en Algeciras, los musulmanes sitiaron Gibraltar (ocupada por los cristianos en 1309, precisamente como medida preventiva ante las invasiones meriníes) y la reconquistaron en 1333.

La flota castellana del Estrecho, capitaneada por el Almirante Alonso Jofre Tenorio, no era lo suficientemente poderosa como para detener el constante flujo de tropas musulmanas hacia la Península, por lo que Alfonso XI de Castilla solicitó apoyo naval a la Corona de Aragón. Ésta accedió a enviar en 1339 una flota de guerra mandada por Jofre Gilabert, pero tras una operación en Algeciras, el almirante aragonés resultó herido por una flecha y su flota se dispersó. Siguió entonces un ataque de los benimerines contra la escuadra castellana, con un resultado catastrófico para ésta: todos los barcos, excepto cinco que pudieron refugiarse en Cartagena, fueron destruidos por los musulmanes y Tenorio hecho prisionero y decapitado. Castilla quedaba así abierta de par en par a una nueva invasión norteafricana.
Al conocer el desastre, Alfonso XI decidió entonces jugar su última carta enviando a su mujer, María de Portugal, para que pidiera ayuda al padre de ésta. No obstante, el rey Alfonso IV, que entonces se encontraba algo rencoroso con su yerno por el abandono al que tenía sometida a su hija en favor de su amante Leonor de Guzmán, declinó inicialmente la propuesta, exigiendo que si el monarca castellano necesitaba ayuda, fuera él quien se la pidiera personalmente. Ante la situación, Alfonso XI no pudo hacer otra cosa que tragarse su orgullo y enviar una carta de su puño y letra a Lisboa. Alfonso IV respondió entonces positivamente y mandó una flota a Cádiz a las órdenes del marino genovés Manuel Pezagno, que se unió a un contingente de 12 naves aragonesas que ya se encontraban ancladas allí.
Los ejércitos de ambos reyes se encontraron en Sevilla de donde salieron las fuerzas de los dos monarcas, en camino a Tarifa, llegando ocho días después de la Peña del Ciervo teniendo frente a ellos la extensión del campo de las fuerzas musulmanas. El 29 de septiembre, en consejo de guerra, se decidió que Alfonso XI de Castilla, luchara contra el Rey de Marruecos, y Alfonso IV de Portugal frente al de Granada, Yusuf I.
En el campo de los cristianos y los musulmanes de todo estaba listo para la batalla. La caballería castellana, cruzó el río Salado, la batalla comenzó. Pronto llegó a tratar con él, la élite de la caballería musulmana, incapaz de detener el ataque. Casi de inmediato se trasladó Alfonso XI, con el grueso de sus tropas, frente a las innumerables fuerzas de los moros. Fue encerrado en ese sector, la lucha era feroz. El rey de Castilla, cuyo valor no cabe duda, se volvió hacia los puntos donde el peligro era mayor, con furia, y llevando a las tropas árabes a la derrota.
En ese momento la guarnición de la plaza de Tarifa, hizo una salida inesperada para los moros, cayó sobre la parte trasera para atacar el campamento de Abul-Hassan y causaron estragos entre los invasores. En la zona de combates las fuerzas portuguesas, para las dificultades eran aún mayores, porque los moros de Granada, más disciplinados, luchando por su ciudad bajo el mando de Yusef Abul-Hagiag, veían su reino en peligro. Alfonso IV, por delante de sus jinetes intrépidos lograron romper el orden enemigo, rompiendo la formidable barrera, lo que desato el pánico y la derrota de los moros de Granada. Saliendo los granadinos en desbandada, del mismo modo las fuerzas africanas abandonaron el campo de batalla, dejando todo para salvar su vida. El campo estaba sembrado de cadáveres de víctimas del bando moro.
El 1 de noviembre en la tarde, los ejércitos vencedores en última instancia, abandonaron el campo de batalla con un gran botín tomado en la batalla, en dirección a Sevilla, donde el rey de Portugal se quedó poco tiempo, volviendo de inmediato a su país.
La victoria de los cristianos en la batalla de Salado, desmoralizó al mundo musulmán y el entusiasmo que se extendió entre el cristianismo europeo. Fue después de seis siglos, una renovación de la victoria de Carlos Martel en Poitiers. Alfonso XI para exteriorizar su alegría, se apresuró a enviar al Papa Benedicto XII una pomposa embajada llevando muy valiosos regalos, parte de la riqueza extraída a los moros y veinticuatro presos que portaban las banderas que habían caído en manos de los vencedores.